CRÍTICA LITERARIA
Recuerdo con orgullo
como, el otoño de 2003 compartí con mi hijo mayor la lectura de la novela “El
código da Vinci”. Lo curioso es que no la compartimos para avanzar al unísono
por su vertiginoso argumento, sino porque entre los dos apareció tácitamente una
competencia: a ver quién de los dos encontraba más gazapos (más errores) entre
sus párrafos. Debo decir que hablamos de una novela exitosa, sí, pero de
probada falta de rigor literario, ya que fueron numerosos los errores hallados
y celebrados entre los dos.
Pocos meses después de
su lanzamiento, allá por el 2006, leí con entusiasmo “La catedral del mar”,
primera de las novelas publicadas de Ildefonso Falcones, sin duda producto de
su metódico y voluntarioso trabajo. También leí con fruición su segundo hijo
literario: “La mano de Fátima”. He de confesar que me gustó tanto que, tras su
lectura, empecé mis primeros estudios de árabe y que, como el protagonista de
la novela, he utilizado en más de una ocasión el caligrafiado para encontrar
tanto la desconexión como la concentración.
Hace una semana empecé a
leer su tercera aventura en el mundo editorial: “La reina descalza” y… siento
decir que me empiezan a acosar las dudas.
Página 63. Caridad, la
protagonista, en esos compases de la novela desesperada y enferma, ardiendo en
fiebre, recibe los cuidados de la “vieja María”: “[…] La tía le ha dado un
bebedizo de cebada hervida con claras de huevo y le está bajando
la calentura. […]
Página 67: Caridad se ha
repuesto y sigue a su protector, Melchor, hasta su casa. La vieja María le
explica que la negra se llama Caridad y: […] le da un odre con el resto de
bebedizo de cebada con yemas de huevo que la enferma debía tomar
hasta que las calenturas desaparecieran por completo.[…]
No importa cuál de las recetas sea la correcta, lo
importante es el rigor, la corrección, si claras o yemas, y más cuando no han pasado apenas
cuatro páginas y el lector tiene tan fresca la información.
Seguiré con la interesante lectura de “La reina
descalza”, pero no quisiera competir con nadie a la búsqueda de gazapos pensado
que quizá el principal problema para la rigurosidad literaria sea la fama
y el éxito, como pasó con el libro de Dan Brown.
No hay comentarios:
Publicar un comentario