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miércoles, 3 de julio de 2013

LA REINA DESCALZA: éxito y rigurosidad

CRÍTICA LITERARIA

Recuerdo con orgullo como, el otoño de 2003 compartí con mi hijo mayor la lectura de la novela “El código da Vinci”. Lo curioso es que no la compartimos para avanzar al unísono por su vertiginoso argumento, sino porque entre los dos apareció tácitamente una competencia: a ver quién de los dos encontraba más gazapos (más errores) entre sus párrafos. Debo decir que hablamos de una novela exitosa, sí, pero de probada falta de rigor literario, ya que fueron numerosos los errores hallados y celebrados entre los dos.


Pocos meses después de su lanzamiento, allá por el 2006, leí con entusiasmo “La catedral del mar”, primera de las novelas publicadas de Ildefonso Falcones, sin duda producto de su metódico y voluntarioso trabajo. También leí con fruición su segundo hijo literario: “La mano de Fátima”. He de confesar que me gustó tanto que, tras su lectura, empecé mis primeros estudios de árabe y que, como el protagonista de la novela, he utilizado en más de una ocasión el caligrafiado para encontrar tanto la desconexión como la concentración.

Hace una semana empecé a leer su tercera aventura en el mundo editorial: “La reina descalza” y… siento decir que me empiezan a acosar las dudas.

Página 63. Caridad, la protagonista, en esos compases de la novela desesperada y enferma, ardiendo en fiebre, recibe los cuidados de la “vieja María”: “[…] La tía le ha dado un bebedizo de cebada hervida con claras de huevo y le está bajando la calentura. […]
Página 67: Caridad se ha repuesto y sigue a su protector, Melchor, hasta su casa. La vieja María le explica que la negra se llama Caridad y: […] le da un odre con el resto de bebedizo de cebada con yemas de huevo que la enferma debía tomar hasta que las calenturas desaparecieran por completo.[…]
No importa cuál de las recetas sea la correcta, lo importante es el rigor, la corrección, si claras o yemas, y más cuando no han pasado apenas cuatro páginas y el lector tiene tan fresca la información.
Seguiré con la interesante lectura de “La reina descalza”, pero no quisiera competir con nadie a la búsqueda de gazapos pensado que quizá el principal problema para la rigurosidad literaria sea la fama y el éxito, como pasó con el libro de Dan Brown.


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